miércoles, 27 de mayo de 2009

Marco López Lomba


A Marcos López Lomba se lo reconoce como el precursor de la cerámica en el Uruguay.
En Rescate de la memoria cerámica en el Uruguay estudiamos la vida y la obra de este gran ceramista.
Presentamos aquí una de sus obras, una foto de su clásica firma que representa un cabrito y parte de un texto escrito por Nelson Di Maggio, Los Olvidados: ceramista Marco López Lomba, en La República, el 7/6/2004.


Los olvidados (2): ceramista Marco A. López Lomba

"Tenía la estampa de los antiguos artesanos: un desaliño en el vestir, una permanente barba rojiza, una mirada expectante y un cálido entendimiento de la convivencia humana. Conocerlo una vez, era amistar para siempre.
Porque Marco Aurelio López Lomba (1920 ­1970) fue un uruguayo muy rico en aventura, ya sea en la variedad geográfica que recorrió, ya sea en las que pautaron sus inquietudes de creador solitario, atrapado finalmente por las artes del fuego y de la tierra. Fue un adelantado en un país donde la cerámica no existía, maestro generoso en un medio donde se guardan egoístamente los secretos técnicos y un hombre comprometido en la lucha política en momentos en que otros preferían las discusiones alrededor de una mesa de café. De su extensa y variada producción, particularmente en el terreno de la cerámica, se desprende un indudable señorío y una segura maestranza. Dejó discípulos (directos e indirectos) que continúan, renovando, las líneas fundamentales de su actividad precursora. Figura indiscutida en las décadas del cincuenta y sesenta, permanece olvidado por sus colegas e incluyo rara vez se lo recuerda en las muestras de artesanía. A 34 años de su muerte bien vale la pena recordar su personalidad y despertar la curiosidad por conocer su obra.
Nacido en Francia en 1920, recaló dos años después en Montevideo. Ingresó al Círculo de Bellas Artes en 1936, y apreció la orientación de los pintores Guillermo Laborde y José Cuneo. Al año siguiente, y paralelamente, frecuentó la Escuela de Industrias de la Construcción, donde aprobaría los cursos de tecnología de la construcción y pintura decorativa, diplomándose en albañilería, todo bajo la orientación del arquitecto Vigouroux. En 1943 obtuvo una beca de la Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova de Buenos Aires, familiarizándose con la técnica de la pintura al fresco, el grabado y la escenografía al lado de los maestros Ortolani, Guido, Centurión, Basaldúa y Larrañaga. Una vez concluida la misión, regresó a Montevideo y decidió ir al encuentro de América Latina. Comenzó así un largo periplo que tiene su primer punto de llegada las tierras paraguayas para seguir inmediatamente hacia Bolivia.
Es en el altiplano boliviano permaneció un dilatado tiempo. Instalado en el Núcleo Indígena de Caquiaviri, pequeño centro rural, fundó un taller de enseñanza técnica al fresco, incluyendo diversos ensayos en la materia que tienen su culminación en Pachamama, una obra de considerables dimensiones (4 x 5 metros) para la Escuela de Caquiaviri. En 1946 recorrió el Perú y se entretuvo en capturar con el lápiz y la acuarela la imponente belleza del paisaje andino. El próximo destino lo condujo de vuelta a Bolivia, pero esta vez radicándose en Warisata: durante año y medio, con la ayuda entusiasta de los indios aborígenes, ejecutó el mural Warisata-Taica y decoró también la Escuela de Educación Campesina del mismo lugar. Los resultados de esta experiencia singular fueron sorprendentes, los sólidos conocimientos y la larga práctica de López Lomba, unida al deslumbrado interés de los indios, se conformó en una obra colectiva insólita. Esta prolongada estancia le permitió, además, descubrir los particularismos de la etnia aymará, la originalidad de sus costumbres y creencias. En el corazón de un país subdesarrollado, comenzó a sentir como propia la explotación dramática del indio.
Quienes lo escucharon alguna vez relatar este período de su vida, recordarán sin duda la apasionada versión minuciosa de los hechos, la lúcida imagen que brindaba de su participación educacional en el centro de Warisata, cuyo origen se remontaba a la organización incaica o sea el sistema administrativo- económico de la sayaña, del ayllu, de la comunidad y de la marca. Y rescataba del olvido una serie portentosa de anécdotas, definidoras de una situación, una idea o una intención.
Enriquecido con esa experiencia, siguió camino a Mato Grosso y aquí tomó contacto con las tribus guaraníes al sur de Colombia, hasta llegar a Ecuador, en 1949, donde realizó cursos de decoración mural. En 1950 viajó a Europa. Estudió en Nápoles junto a los eminentes profesores Amedeo Maiuri y Selim Augusti, investigando intensamente las peculiaridades de los frescos pompeyanos. Hizo hallazgos personales con un instrumental de primer orden. Más tarde, recorrió todo el sur de la península itálica, se entretuvo luego en la Toscana y apareció anclado en París, estudiando en la Grande Chaumière y disfrutando de la amistad de Le Corbusier.
Al volver a Montevideo en 1953, inició su faceta más notoria. Decidido a encontrar un lenguaje nacional en un terreno escasamente frecuentado como la cerámica (en ese entonces se entrecruzaban los nombres del Taller Torres García, Carlos Heller y Nerses Ounanián), concurrió a la fábrica Cerámicas La Paz y en poco más de un año aprendió los secretos de esta vieja artesanía. Su entusiasmo fue en aumento, canalizándose en el Taller de Artesanos que, durante los años 1954-56, compartió con Carlos Páez, para independizarse luego y convertirse en el maestro indiscutido de la cerámica nacional.Sus formas desdeñaron toda complicidad con el bibelot y fueron creciendo lentamente, con la serena armonía de la tradición clásica: sólidas y funcionales, siempre admirablemente resueltas. Mostró parte de su producción, en la medida en que los consumidores las dejaban enfriar en su taller de la calle Charrúa cuando salían del horno, en exposiciones individuales y colectivas..."